Conociendo...

Al orfanato había entrado el sacerdote en busca de archivos sobre los antiguos niños que habían vivido allí durante la infancia. El propósito real era recabar información esencial sobre los hechiceros y magos que actualmente estaban ocultos en las sombras y generaban el caos en la ciudad Odalya. Algunos de los que pertenecían al círculo eran miembros antiguos y reconocidos que habían desembarcado en la ciudad luego de ser perseguidos por los inquisidores de otros continentes. Ellos podrían aprovechar una tierra donde la diosa estuviera dividida para ganar adeptos y así invocar las hordas y fuerzas desconocidas, de la eterna y podrida somnolencia que habitaba en lo más profundo del alma del universo. Lo único que sabía era que en el orfanato había pistas sobre uno de ellos. Se decía que allí había empezado su experiencia con el más allá. A la corta edad de los 10 años tuvo su primer visión y recibió las órdenes extraterrenales.
Las mujeres que se encargaban de la crianza de los niños dejaban todo tipos de anotaciones sobre cada uno de ellos en un gran archivo. Dicho lugar se asimilaba a una biblioteca, pues allí no solo se hacía el registro de cada infante recogido y/o acogido en las manos de las amorosas y devotas novicias, sino que también era el archivo central de los nacimientos que se daban en la ciudad y los alrededores. La sala era circular, y los estantes seguían el ritmo de la estructura, que finalizaba hacia el cielo en forma de cúpula. Ésta era transparente debido al cristal antiguo de mil años. Era maravilloso como los rayos se refractaban y daban al lugar luces de mil colores, y por supuesto, la más blanca luz. El reposo de los libros descansaba calmadamente sobre mármol y daba la ilusión de que se pisaran las nubes.
-Hola.- con una sonrisa y amabilidad visibles saludó para luego continuar.-He llegado recientemente a la sociedad y lo primero que quería hacer era consultar los registros de los huérfanos. Es sumamente importante que acceda a esa información señora. Por favor, le agradecería muchísimo en nombre de las diosas que acceda a mi pedido. Ante las dudas, soy un Enviado desde el Pico Llano.- Solicitó ante la recepcionista de la biblioteca quien en aquel momento se hallaba haciendo fichaje de los libros y contabilizando los ejemplares.
Sin mediar palabra y respondiendo a la sonrisa del mago señaló el pasillo semicircular de la derecha. Sorprendido por la respuesta supo que era muda y por ello no habló, pero comprendió e hizo una reverencia en agradecimiento por la amabilidad de su rostro afable y ajado por los años.
Se encaminaba hacia los libros cuando se topó con alguien que cargaba una columna de libros grandes por delante que tapaban su visión y por ello tropezó violentamente con un banquito que se encontraba a sus pies. Al observar que dicha persona precisaba ayuda, se le acerca y le ofrece el brazo para ayudarla a erguirse.

¿Este es un encuentro casual pero la amabilidad del Alba hará que el Destino se cumpla?

-Ouchchch... -se quejó la niña al incorporarse tras la caída, sentándose torpemente en el suelo- W-watashi... -se llevó una mano a la cabeza, donde la había golpeado uno de los libros que llevaba en brazos, mientras se frotaba con la otra un punto en que se había raspado con el banco- L-lo siento, no te vi y-y... -comenzó a disculparse torpemente incluso antes de levantar la vista- G-gomen'nasai... -dejó flotar la disculpa en el aire, con lágrimas en los ojos, observando sorprendida al desconocido que le ofrecía una mano. ¿Alguien nuevo? ¡Kuso! ¿Tanto rato había pasado en el bosque? Se preguntó ruborizándose y se levantó sola, retrocediendo un par de pasos y clavando la mirada en el suelo mientras se inclinaba nerviosa y se volvía a disculpar por debajo de su flequillo, que la cubría a falta de su capucha gris, que llevaba caída a la espalda- S-sumimasen, Mister-san.

-No os preocupeís por mí.- Dijo mientras recogía los libros de a uno y los iba apilando en una columna. Luego de haber ayudado a la niña de 15 años con sus libros sobre hierbas y animales, expresó su curiosidad al respecto. -¿Tú estudias todo esto? Siento si soy muy entrometido, pero estos temas me atraen sumamente y los encuentro como una fuente de sabiduría infinita. ¿Sabes? Yo cuando era chico quise ser botánico, pero no pude.- Sonreía y expresaba. Luego observó que le dolía la cabeza, a causa de unos de los pesados libros que había caído sobre ella. -Perdóname pero te ayudaré.- Posó su mano en la frente de ella y tras pronunciar unas palabras en un extraño idioma que ella no pudo comprender alivió su dolor. -Te sientes mejor ahora, ¿no?- La miraba atento y preocupado por su bienestar. No era extraño que él quisiera preocuparse por cada persona y ser amable con ellas, tanto hasta el punto de poder transmitirles la felicidad que sentía por vivir rodeado de la energía vital.

-H-hai... -murmuró asintiendo avergonzada, incómoda bajo el contacto del desconocido- No tendría que haberse molestado, señor... -dijo en voz baja refiriéndose en parte a los libros, que habría juntado ella misma de no haber sido tan lenta, y en parte a la extraña forma en la que la había curado, de la que habría desconfiado de no ser porque realmente se sentía mejor- Y-yo estudio esto desde hace un tiempo... -levantó un poco la vista, sonrojada ante el halago de la "sabiduría infinita", extrañada aparte por la singular forma de hablar del otro- Mi madre me enseñó a leer y, p-pues, la biblioteca está llena de libros interesantes... -juntó los dedos índice nerviosa, mirándolo tímidamente con sus ojos azules mientras se preguntaba de dónde habría salido aquella persona que vestía de una forma tan curiosa y se portaba tan sospechosamente amable- ¿Q-qué necesitaba, señor-san?

-Pues muy bien, me alegro enormemente que te sientas bien. Mira, necesito encontrar el registro de los niños del orfanato. ¿Puedes decirme donde hallarlos?- La miró y sonrió. Supo que ella desconfiaba, pero eso siempre sucedía en esas personas. El saber ello lo motivó a sonreírle y a contarle una anécdota sobre su viaje. -¿Sabes? Encontré ayer una planta extraña que quizás te interese mucho investigarla o quizás ya sepas sobre ella, es de un color verde azulado y tiene tres colores al reflejar el sol, naranja, rojo y un azul profundo. Depende de cómo el sol incida sobre sus hojas. ¿Podrías decirme de que se trata antes de guiarme al registro?-

¿El registro del orfanato? ¿Quién era que venía de lejos a buscar esos escritos? Callada, lo escuchó hablar con aprensión creciente y se alejó un paso al ver que se daba cuenta de que aquello le había sonado mal y que, aún así, le sonreía. Con su toda su desconfianza, se sorprendió de todas formas al oír hablar de la planta tricolor. Verde que reflejaba naranja, rojo y azul... ¡¿Podría ser?! Se preguntó abriendo los ojos como platos al recordar algo que había leído.
-¡¿La tienes contigo, la puedo ver?! -le preguntó ansiosa, olvidando velozmente sus recelos mientras revisaba de reojo los títulos de los libros que se le habían caído antes para ver si traía el que creía que contenía la información sobre el arbusto.

-Por desgracia no la traigo conmigo, pero tuve la precaución de tomar una de las hojas que ya habían caído por acción del violento viento.- Revisó en su bolso y extrajo una hoja pequeña. -Aquí está. Si quieres puedes quedártela. Tomalo como un regalo de discípulo a discípulo. Ahora, ¿puedes decirme algo al respecto? Por favor, me agradaría muchísimo saberlo.- Expresaba con emoción y curiosidad. Tras hablar extendió su mano blanca con la hojita y la depositó en la palma suave de la pequeña con suavidad y dulzura. Como si fuera un padre para ella.

¡Lo era!, observó la hojita que le había dejado el desconocido en la mano, mirando todo detalle que pudiera captar en ella con los ojitos brillantes de la emoción. ¡Era una Lorynia! Faltaba comprobarlo, se giró exaltada y tomó el libro de la cima de la columna de libros que había apilado el otro sobre una columna. En puntita de pies lo agarró con algo de esfuerzo y se sentó en el piso, abriéndolo en su regazo.
-No tengo problema en contarte sobre ella -habló apresurada mientras pasaba las hojas buscando un párrafo en especial- ¿Pero me podrías decir...? Quiero decir, ¿me podría decir dónde la encontró, Mister-san? -preguntó corrigiéndose y levantando apenas la mirada para observarlo.

Sorprendido por la emoción de la niña al descubrir de que planta se trataba, no tuvo mejor idea que reír y disfrutar junto a ella un pequeño momento donde había dado a aquella, la alegría del descubrimiento y de haber transmitido su efusividad y dulzura, su bondad. Al escuchar su pregunta trató de recordar dónde la había hallado. No recordaba precisamente donde, pero si sabía que era en los alrededores de la cascada milagrosa. -Sabes, creo que la encontré cerca de la cascada. No recuerdo precisamente dónde. Me encantaría recordarlo más que nada para ayudarte... pero no lo logro.- Apesadumbrado por no poder ayudar un poco más se disculpó con una leve inclinación de su cuerpo.

-I-ie, con eso alcanza -respondió nuevamente avergonzada al oírlo reír, bajando la vista al libro para distraerse y disimular su sonrojo- La planta es una Lorynia Altum Felicem y es un helecho que se dice que crece únicamente a unos pasos de la Marantia. Sus poderes no son tan fuertes como los de estas hojas, pero aún así puede ser un peligroso inhibidor de la magia si se la trata de modo inadecuado. Moliéndola y usándola de incienso, tiene habilidades curativas -sonrió ante la idea de recoger un poco para ella e hizo una pequeña pausa, releyendo el párrafo que buscaba- Sin embargo, sólo se la puede aprovechar entera, ya que las hojas en sí no tienen ninguna utilidad. Brillan para desviar la atención del tallo, que es lo que realmente se utiliza -comentó con pesadez, parándose y mostrándole el texto al otro, con la esperanza de que supiese leer.

Interesado por las aclaraciones de la pequeña y diminuta erudita que prometía mucho a un futuro de sabia herbolaria, los labios del sacerdote, que las veces que se despegabn lo hacían para expresar el amor incondicional a todas las criaturas y seres del mundo, agradecieron. Luego de haber pronunciado su amabilidad con una reverencia leve y un gesto de la mano que connotaba aquello, tomó el libro y corroboró por él mismo lo que ella había explicado. Le devolvió el libro y expresó: -Muchas gracias querida, tu ayuda ha sido muy valiosa, cuando la encuentre nuevamente recordaré esta información y la aprovecharé. Pero tengo un problema... me debes un favor.- La miró lento e impasible con una sonrisa divertida, que invitaba a reír junto a él una canción de burlas, típica de los bares. Esperaba la respuesta y las señales que antes había pedido con serenidad.

-¿U-Un favor? -lo miró extrañada la niña, poniéndose roja al momento en que se fijó en la sonrisa del otro, distinta de las que le había mostrado hasta el momento- I-Ie, y-yo no le debo nada a nadie -murmuró bajando un poco la vista sin saber dónde clavarla mientras intentaba ignorar el fuerte impulso que le urgía a huír o taparse con el libro que abrazaba nerviosa- Y m-menos... Menos a un extraño -agregó buscando fuerza donde no la tenía, sintiendo que se empequeñecía con cada palabra que decía para arreglar la imprudencia de dejarse curar por un desconocido- E-es decir, s-sé que me regaló la planta y todo e-eso p-pero no sé n-ni su nombre y n-no tengo mucho dinero n-ni nada que ofrecer...

Sorprendido por el susto de la muchachita, intentó reparar el malentendido. -Me has malinterpretado, no tengo intenciones malvadas, no, te lo aseguro. Yo tan solo quiero consultar el registro del orfanato. De eso hablaba pequeña.- Con serenidad y calmadamente serenó los nervios y el temblor de la chica. -¿Puedes llevarme a ellos?- La mirada se posó en sus ojitos para transmitirle paz.

-Ah, los registros... -se tranquilizó un poco al escucharlo desmentirle sus miedos y ver que en su mirada que no mentía, titubeando, sin embargo, al decir- W-wakaranai... S-son escritos privados y yo no vi a Nora-san indicarme n-nada al respecto... -miró nerviosamente hacia la bibliotecaria al hablar, dudando de si no habría sido ella la que se había perdido el gesto- ¿N-no podría al menos darme su n-nombre o por qué l-los busca, Mister-san? -volvió a mirarlo a los ojos, incómoda de pedirle aquello sin saber si no era descortés de su parte preguntarlo.

Estupefacto ante la pregunta, pues había supuesto que la niña sabría quien era por las ropas... Pero luego salió de su asombro, se rió y manifestó sus disculpas por tan extraño comportamiento. -Lo siento, no sabía que tu no sabía que yo soy un Enviado. Con esa información es suficiente para toda persona que viva aquí. Eso me han dicho los Consejeros de la Antigua Ciudad. En los libros polvorientos encontrarás muchas alusiones a ellos niña. ¿Sabes? te haré un pequeño regalo si obtengo lo que busco... Será una sorpresa. ¿Qué dices?- La sonrisa tan radiante confundía a la niña acerca de las intenciones del casto monje cuya mente solo pensaba en amor y ternura.

-¿U-Una sorpresa? -preguntó desconcertada, volviendo a observar al que se había identificado como un Enviado- G-Gomen'nasai, no había escuchado nunca de los Enviados, pero si N-Nora-san le ha dicho que podía verlos... -se excusó, juntando sus dedos índice una vez más, para cubrir su curiosidad sobre lo que el desconocido pudiese darle en ese gesto, duditativa- I-Ie, espere aquí. Iré a confirmarlo con la bibliotecaria -decidió, recordando que no debía llevar a nadie a los archivos que contenían la información de todos los niños del Orfanato porque sí.
Con prisa, buscó a la bibliotecaria y le contó nerviosa lo que había pasado, sin quitarle la vista de encima al forastero, con el que se apresuró a volver cuando la encargada le negó con la cabeza, tranquilizándola acerca de sus sospechas.
-Ok, ella ha dich-... señalado que no hay problema -le dijo y se encaminó hacia el extremo del pasillo para guiarlo- Es por aquí, Mister-san.

La siguió por los pasillos curvados y enigmáticos de la biblioteca del orfanato. La tapa de los lomos de los libros eran extrañas y viejas. Parecía que el cuidador no sabía mantenerlos o al menos no tenía mucha vocación y amor por ellos. Seguía los pasos de la jovencita por los polvorientos estantes y el suave piso blanco de mármol. Las luces que provenían de la cúpula le daban a los libros un toque especial. Les adicionaba misterio y auras divinas de sabiduría oculta a la espera de los curiosos. En los pensamientos se hallaba inmerso y alegre por ellos hasta que se frenaron frente a un portal con una verja de hierro pesado.

-Etto... Se supone que es aquí... -murmuró más para si misma que para el forastero cuando llegaron ante la vieja puerta de los archivos.
Sólo había ido hasta allí un par de veces, la mayor parte con indicaciones previas de alguna de las nodrizas. Aún así, siempre se había sentido orgullosa de su memoria en todo a cuanto ubicación o estudio refiriese. Es así que no dudó más que en algún pasillo el camino a aquella sala. Cierto es que la biblioteca era vieja y que, para ser un lugar al que todos deberían tener acceso, estaba construida con una lógica poco común. Todas esas curvas y estanterías enredadas... No ayudaba que los libros de aquella parte estuvieran tan mal cuidados, pensó con pesar, recordando las malas condiciones en las que había visto las encuadernaciones al pasar. Le echaría una mano a Nora-san con eso cuando pudiese, decidió, concentrándose en la reja de hierro que tenía enfrente y dando un vistazo al pasillo, en busca del portero.
-U-Uhm, parece que Héctor-san no está por aquí... -dejó escapar un suspiro, mirándose nerviosa los pies al explicar- Él es el que tiene la llave... No sé d-dónde la deja cuando se va...

-No te preocupes... yo abriré esta puerta.- Acto seguido extrajo una llave plateada de su bolso de viajero y la introdujo en la cerradura oxidada de la verja y la giró. Un click se dejó escuchar e indicó a ellos que el cierre se destrabó. Un sonido aullante y penetrante sonó en los pasillos y apresuró a los presentes a introducirse en los archivos de la biblioteca. Sección restringida para los bibliotecarios y monjas encargadas de su cuidado. Los volúmenes eran pocos y raros.

Spoiler:

¿Ara? ¿Tenía la llave? Preocupada por el portero, Kaho no se había percatado de que el desconocido había sacado algo de su bolso hasta que escuchó el sonido de la cerradura al abrirse y vislumbró con asombro un reflejo plateado en sus manos. Algo extraño había en aquello. ¿Tan nueva era la llave de aquella oxidada verja? Mucho no alcanzó a pensarlo, igual, ya que el aullido que recorrió el pasillo la tomó de imprevisto y la hizo saltar dentro de los archivos. Tarde se dio cuenta, además, de que por el susto se había aferrado al brazo del forastero.
-¡G-Gomen! -exclamó al notarlo, soltándose de inmediato y apartándose sonrojada antes de mirar a su alrededor- Nunca había estado aquí -susurró, observando los libros llenos de polvo que llenaban, pobres y disparejos, los estantes del lugar- ¿S-sabe exactamente qué está buscando, Mister-san? -preguntó temblorosa al advertir que lo que parecía ser un viento había cerrado las rejas tras ellos con un chirrido.

Spoiler: