Masquerade en la mansión de Hesphyn Satou

La mansión Satou era conocida por sus enormes eventos y su majestuosidad. Luego de quemarse, sólo quedaron recuerdos de sucesos que no volvieron a repetirse. Hesphyn había encontrado una luz nueva, pero como toda luz, se apaga. Los salones perdían su brillo brevemente adquirido, los recuerdos se oscurecían junto a los vitrales y la soledad, única compañera inseparable de aquellos que entristecen, volvía a envolver las imponentes columnas con su gélido susurro.
Pero Hesphyn no dejaría que esto pase, no de nuevo. En recuerdo de los deseos de su hermana, decidió organizar una masquerade. Era un evento que adoraba: bailes y máscaras.
Se dispuso a organizar todo, y en tan sólo 2 semanas, las cartas lacradas llegaban a las manos de sus invitados. Aquellos príncipes, jóvenes herederos, amigos olvidados, contactos de la familia, se reunirían en la mansión para celebrar la vida.
La semana siguiente, carrozas, carruajes y caballos llegaban a las puertas de su palacio, y los más exentricos, bellos y audaces disfraces bajaban y aportaban a la atmósfera un encanto difícil de describir. Allí, cada uno dejaba su ser, para vivir su máscara, su ser nuevo.
Por la escalera principal, y sincronizando sus pasos con el golpe de su gran reloj que marcaba las 10, Hes Satou bajaba. Su esbelto y pálido cuerpo estaba cubierto por una camisa negra muy ajustada, pantalones de igual descripción y una delicada capa negra. Su cara, estaba parcialmente cubierta por una máscara negra con detalles blancos, con sus ojos levemente alargados y la nariz cubierta.
Levantando sus brazos, y en una actitud amable pero que generaba respeto, dijo a todas esas máscaras que lo admiraban: "disfruten, mis queridos invitados. Bienvenidos a mi masquerade, que comience el baile". Al terminar, en uno de los costados del salón que hacia de pista, se levantó un telón y una orquesta de unos 20 músicos comenzó a tocar.